19 de noviembre de 2008

David Korten -- Estamos diseñados para cuidarnos y conectarnos



Las buenas noticias: los cambios que debemos hacer para evitar el colapso final son idénticos a los cambios que debemos enfrentar para crear el mundo de nuestro sueño en común.

Elders gather at the community center in Baker Lake. The Inuit are highly sociable people, and the community centers are busy in the evenings. Photo by John Hasyn
Elders gather at the community center in Baker Lake. The Inuit are highly sociable people, and the community centers are busy in the evenings.
Photo by John Hasyn
See John Hasynís PHOTO ESSAY on daily life among the Inuit of Nunavut, in northern Canada
La historia de Estados Unidos más allá del bipartidismo es parte de una historia humana aún más grande. A pesar de todas las diferencias culturales reflejadas en la rica variedad de nuestras costumbres, idiomas, religiones e ideologías políticas, los seres humanos psicológicamente saludables comparten algunos valores y aspiraciones clave. Aunque podamos diferir en nuestra idea del “cómo”, queremos hijos e hijas saludables y felices, familias rodeadas de amor, y una comunidad compasiva, con un entorno natural saludable y hermoso. Queremos un mundo de cooperación, justicia y paz, y participación en las decisiones que afectan nuestras vidas. Los valores compartidos de Estados Unidos más allá del bipartidismo manifiestan este sueño humano compartido. Es el verdadero sueño norteamericano sin distorsionar por los medios de comunicación corporativos, la publicidad y los políticos demagogos, el sueño que ahora debemos hacer realidad si queremos un futuro humano.

Por los últimos 5.000 años, nosotros los humanos hemos dedicado mucha energía creativa a perfeccionar nuestra capacidad para la codicia y la violencia, una práctica que ha sido enormemente costosa para nuestros hijos e hijas, familias, comunidades, y la naturaleza. Ahora, al borde del colapso social y ambiental, enfrentamos un imperativo para hacer realidad nuestros sueños por medio del cultivo de nuestra capacidad para la solidaridad y la compasión, que ha sido reprimida por largo tiempo, incluso negada.

A pesar del mantra constante de que “no tenemos otra alternativa” a la codicia y a la competencia, la experiencia diaria y una creciente cantidad de evidencia científica apoyan la tesis de que nosotros los humanos nacemos para conectarnos, aprender y servir, y que en verdad está a nuestro alcance:

  • Crear comunidades acogedoras para las familias en las cuales logremos nuestra satisfacción de relaciones compasivas más que del consumo material;

  • Lograr el ideal, cuya rastro se encuentra ya en Aristóteles, de crear sociedades democráticas de clase media, sin extremos de riqueza y pobreza; y

  • Formar una comunidad global de naciones comprometidas a restaurar la salud del planeta y compartir la generosidad de la Tierra para el beneficio a largo plazo de todos (ver la edición de Verano de 2008 de YES!: Una política exterior justa).

El primer paso hacia el logro del mundo que queremos es admitir que existe una alternativa a nuestro camino humano actual. Nosotros los humanos no estamos incorregiblemente divididos ni condenados a la autodestrucción por una predisposición genética para la codicia y la violencia.

La cultura, el sistema de creencias valores y percepciones convencionales que codifican nuestro aprendizaje compartido, le brinda a los seres humanos una capacidad extraordinaria para elegir nuestro destino. No nos asegura que usemos esta capacidad sabiamente, pero sí nos da los medios para cambiar el camino por medio de una elección colectiva consciente.

La historia en nuestra cabeza
La barrera principal para lograr nuestro sueño en común es de hecho una historia que circula sin cesar en nuestras cabezas, diciéndonos que un mundo de paz y solidaridad es contrario a nuestra naturaleza, una fantasía inocente eternamente fuera de alcance. Hay muchas variaciones, pero ésta es la esencia:

Está en nuestra naturaleza humana el ser competitivos, individualistas y materialistas. Nuestro bienestar depende de líderes fuertes con la voluntad de utilizar los poderes policiales y militares para protegernos unos de otros, y de las fuerzas competitivas de un mercado libre y desregulado para canalizar nuestra codicia individual hacia fines constructivos. La competencia para la supervivencia y la dominación, por más violenta y destructiva que sea, es la fuerza impulsora de la evolución. Ha sido la clave para el éxito humano desde el comienzo de los tiempos, asegura que los más dignos se eleven hacia el liderazgo, y a fin de cuentas trabaja para el beneficio de todos.

Yo la llamo nuestra historia Imperial porque afirma el sistema de jerarquía dominante que ha resistido por 5.000 años (vea la edición de Verano de 2006 de YES!: 5.000 años de Imperio).

Para reforzar el mito Imperial, los medios corporativos nos bombardean con informes de codicia y violencia, y celebran como héroes culturales a políticos y CEOs corporativos materialmente exitosos, pero moralmente cuestionados, quienes exhiben un insensible desdén por las consecuencias humanas y ambientales de sus actos.

No importan las contradicciones morales de esta historia y sus conflictos con nuestra propia experiencia con amigos, familiares y desconocidos amistosos y dignos de confianza. Sirve para mantenernos confundidos, inseguros, y dependientes de las autoridades morales sancionadas por la clase dirigente para decirnos lo que es correcto y verdadero. También apoya políticas e instituciones que activamente socavan el desarrollo de las relaciones solidarias y compasivas que son esenciales para una participación responsable en una sociedad democrática saludable. Afortunadamente, existe una historia más positiva que puede devolvernos al camino de la recuperación. Y está respaldada por recientes descubrimientos científicos, nuestra experiencia diaria, y las enseñanzas intemporales de los grandes profetas religiosos.

Diseñados para conectarnos
Los científicos que usan tecnología avanzada de imágenes para estudiar las funciones del cerebro informan que el cerebro humano está diseñado para premiar la compasión, la cooperación y el servicio. De acuerdo a estas investigaciones, simplemente pensar en otra persona experimentando dolor dispara en nuestro cerebro la misma reacción que cuando una madre ve angustia en el rostro de su bebé. A la inversa, el acto de ayudar a otro dispara el centro de placer del cerebro y beneficia nuestra salud al impulsar nuestro sistema inmune, reducir nuestro ritmo cardíaco y prepararnos para aproximarnos y calmarnos. Las emociones positivas como la compasión producen beneficios similares. En contraste, las emociones negativas suprimen nuestro sistema inmune, incrementan el ritmo cardíaco y nos preparan para luchar o huir.

Estos hallazgos son congruentes con el placer que la mayoría de nosotros experimenta al ser miembro de un equipo efectivo o al extender una ayuda no retribuida a otro ser humano. Es completamente lógico. Si nuestros cerebros no estuviesen diseñados para la vida en comunidad, nuestra especie hubiera perecido largo tiempo atrás. Tenemos un deseo instintivo para proteger al grupo, incluyendo a sus miembros más débiles y vulnerables: sus hijas e hijos. El comportamiento contrario a esta norma positiva es un indicador de una seria disfunción social y psicológica.

Un estudio comparando los niveles de satisfacción vitales encontró que los niveles más altos se encontraban en los Amish de Pennsylvania (5.8) y los Masai de África Oriental (5.7).  Fotos por Jeffrey Gentry (arriba), Geof Wilson (abajo) flickr.com/photos/geoftheref
Un estudio comparando los niveles de satisfacción vitales encontró que los niveles más altos se encontraban en los Amish de Pennsylvania (5.8) y los Masai de África Oriental (5.7).
Fotos por (arriba) Jeffrey Gentry, (abajo) Geof Wilson flickr.com/photos/geoftheref
La felicidad es una comunidad compasiva
Estos descubrimientos neurológicos están corroborados por las hallazgos de las ciencias sociales que, más allá del mínimo nivel de ingresos esencial para satisfacer las necesidades básicas, la pertenencia a una comunidad cooperativa y compasiva es un pronosticador mucho mejor de felicidad y salud emocional que el tamaño de nuestro salario o cuenta bancaria. Tal vez la evidencia más impresionante de esto provenga de los estudios conducidos por el profesor Ed Diener de la Universidad de Illinois, y otros, comparando los niveles de satisfacción vital de grupos de personas que cuentan con medios financieros radicalmente diferentes. Cuatro grupos con casi las mismas puntuaciones en una escala de siete estaban situadas en la cima.

En conformidad con la historia Imperial de que el consumo material es la clave para la felicidad, la lista los estadounidenses más ricos de la revista Forbes tenía una calificación promedio de 5,8. Sin embargo, se encontraban en un empate estadístico con otros tres grupos conocidos por su modesto estilo de vida y fuerza comunitaria: los Amish de Pennsylvania (5,8), que prefieren los caballos a los autos y tractores; los Inuit de Groenlandia del Norte (5,9), un pueblo cazador y pescador; y los Masai (5,7), un pueblo de pastores tradicionales en África Oriental que viven sin electricidad ni agua corriente en cabañas modeladas con estiércol de vaca seco. Aparentemente, se necesita una gran cantidad de dinero para comprar la felicidad que de otra manera proviene de pertenecer a una comunidad compasiva con un fuerte sentido de pertenencia. La evidencia sugiere que todos podríamos ser mucho más felices y saludables si pusiéramos menos énfasis en hacer dinero y más en cultivar una comunidad compasiva.

El deseo norteamericano más allá del bipartidismo de crear una sociedad de hijos, familias, comunidades y sistemas naturales saludables, no es una casualidad. Es una expresión de nuestros impulsos humanos más profundos y positivos, un signo de que en conjunto podríamos ser una sociedad más saludable y menos dividida de lo que sugieren nos políticos disfuncionales.

Más allá del mínimo nivel de ingreso esencial para satisfacer las necesidades básicas, ser miembro de una comunidad compasiva y cooperativa es un mucho mejor pronosticador de felicidad y salud emocional que el tamaño de nuestro salario o cuenta bancaria.

Beyond the minimum level of income essential to meet basic needs, membership in a cooperative, caring community is a far better predictor of happiness and emotional health than the size of oneís paycheck or bank account.

Aprendiendo a ser humano
Si el cerebro en correcto funcionamiento está diseñado para la compasión, la cooperación y el servicio, ¿cómo podemos explicar la indignante codicia y violencia que amenaza nuestra supervivencia colectiva? Aquí nos encontramos con nuestra capacidad humana distintiva para reprimir o facilitar el desarrollo de la función de orden superior del cerebro humano, esencial para una ciudadanía adulta responsable.

Nosotros los seres humanos tenemos un cerebro complejo de tres partes. La base es el cerebro “reptiliano” que coordina las funciones básicas, tales como respirar, cazar y comer, reproducirse, proteger el territorio, e involucrarse en la respuesta luchar-o-huir. Estas funciones son esenciales para la supervivencia y una auténtica parte de nuestra humanidad, pero expresan la parte más primitiva y menos evolucionada de nuestro cerebro, la cual los propagandistas y políticos demagogos han aprendido a manipular, tocando nuestros miedos y deseos más básicos.

Superpuesto sobre el cerebro reptiliano está el cerebro límbico o “mamífero”, el centro de la inteligencia emocional que les da a los mamíferos su capacidad distintiva para experimentar emoción, leer el estado emocional de otros mamíferos, afianzarse socialmente, cuidar a sus hijos y formar comunidades cooperativas.

La tercera capa, la más grande en los humanos, es el cerebro neocortical, el centro de nuestra capacidad para el razonamiento cognitivo, pensamiento simbólico, conciencia y voluntad autoconsciente. Esta capa distingue a nuestra especie de otros mamíferos. Sin embargo, su función completa y benéfica depende de las funciones complementarias de nuestros cerebros reptilianos y mamíferos.

La mayor parte del desarrollo de los cerebros límbico y neocortical, esencial para actualizar las capacidades que nos hacen más distintivamente humanos, ocurre luego del nacimiento y depende del aprendizaje a lo largo de la vida adquirido a través de nuestras interacciones con la familia, la comunidad y la naturaleza. Los psicólogos del desarrollo describen el camino saludable hacia una conciencia humana completamente formada como una progresión desde la conciencia mágica, indiferenciada y autocentrada del recién nacido hasta la conciencia espiritual, multidimensional, completamente madura e inclusiva del anciano sabio.

La realización completa de nuestra humanidad depende del desarrollo equilibrado de los cerebros empático límbico y cognitivo neocortical para establecer su supremacía sobre los instintos primitivos antisociales del cerebro reptiliano. Trágicamente, la mayoría de las sociedades modernas niegan o incluso suprimen este desarrollo.

Un sistema económico despersonalizado sin apego al lugar desestabiliza los lazos de comunidad y familia y hace prácticamente imposible para los padres proveerles a sus hijos la atención nutritiva esencial para el desarrollo saludable de sus cerebros límbicos. Los sistemas educativos enfocados en la memorización y organizados en torno a disciplinas fragmentadas no contribuyen a desarrollar nuestro potencial para el pensamiento crítico holístico. Dejar el aprendizaje social a grupos de pares que carecen del beneficio de un mentor adulto limita el desarrollo de una inteligencia social madura y moralmente enraizada. Estamos conduciendo un experimento evolutivo no intencionado en producir una línea de reptiles altamente inteligentes pero emocionalmente inmaduros esgrimiendo tecnologías capaces de desestabilizar o incluso terminar la aventura evolutiva completa.

El poder de la conversación
Salirnos de nuestro actual desastre comienza con una conversación para cambiar la historia cultural compartida sobre nuestra naturaleza esencial. El movimiento de mujeres ofrece una lección instructiva.

En poco más de una década, unas pocas mujeres valientes cambiaron la historia cultural de que la clave para la felicidad de una mujer es encontrar al hombre correcto, casarse con él y dedicar su vida a su servicio. Como relata Cecile Andrews, autora de Círculos de Simplicidad, la transición a una nueva historia de género comenzó con los círculos de debate en los cuales las mujeres se reunían en sus salas de estar para compartir sus historias. Hasta entonces, una mujer cuya experiencia no se conformaba a la historia dominante suponía que el problema era un defecto en ella misma. A medida que las mujeres compartían sus propias historias, cada una se daba cuenta que el defecto estaba en la historia. Millones de mujeres pronto estaban esparciendo una nueva historia de género que ha liberado a lo femenino como una fuerza poderosa para la transformación global.

El movimiento de simplicidad voluntaria organiza oportunidades similares para que la gente comparta sus historias sobre lo que los hace realmente felices. La falacia de la historia que el consumo material es el camino hacia la felicidad es rápidamente expuesta y reemplazada con el hecho de que en realidad nos sentimos vivos cuando reducimos nuestro consumo material y ganamos control de nuestro tiempo para nutrir las relaciones que nos traen verdadera felicidad.

Ahora debemos comenzar un proceso similar para afirmar que aquellos de nosotros que elijen cooperar más que competir no estamos luchando contra la naturaleza humana. Estamos, en realidad, desarrollando la parte de nuestra humanidad que nos brinda la mejor posibilidad, no sólo de sobrevivir, sino de ser felices.

El proceso para cambiar las poderosas historias que limitan nuestras vidas comienza con una conversación en nuestra sala de estar, en la biblioteca, la iglesia, la mezquita o la sinagoga. Hablando y escuchándonos unos a otros, comenzamos a descubrir los verdaderos potenciales de nuestra naturaleza humana y de nuestra visión compartida del mundo. No es una nueva conversación. Grupos aislados de humanos han estado ocupados en ella por milenios. Lo que es nuevo es el hecho de que las tecnologías de comunicación ahora existentes crean la posibilidad de terminar el aislamiento y combinar nuestras conversaciones locales en una global que puede romper la espiral repetitiva de violencia competitiva de 5.000 años de Imperio.

A medida que esta conversación convence a una masa crítica de personas que la realización del sueño Imperial es falsa y terriblemente destructiva, podemos cambiar de giro como especie, alejándonos de la perfección de nuestra capacidad de competencia y exclusión y acercándonos a la perfección de nuestra capacidad de cooperación e inclusión. Podemos crear una historia cultural que afirma que la competencia y la polarización, ya sea entre republicanos y demócratas en lo político o entre ricos y pobres en lo económico, no es el resultado inevitable de ser humano. Es el resultado de suprimir la parte más saludable de nuestra humanidad.

Aquí no hay concesiones. La transformación institucional y cultural requerida para detener el colapso social y ambiental es la misma que la transformación necesaria para nutrir el desarrollo del cerebro límbico empático, liberar los potenciales creativos de la conciencia humana y crear el mundo que queremos. Es una extraordinaria convergencia entre nuestro interés reptiliano en la supervivencia, nuestro interés mamífero en la unión y nuestro interés humano en cultivar las posibilidades de nuestra conciencia autorreflexiva.


David Korten escribió este artículo para Estados Unidos más allá del bipartidismo, la edición del otoño 2008 de YES! Magazine. David es co-fundador y miembro del consejo de YES! Su último libro es The Great Turning: From Empire to Earth Community. Su sitio web es www.davidkorten.org.