29 de agosto de 2013

Gestación de la espiritualidad contemporánea

 

 

Cuatro siglos de sabiduría centrada en el 

discernimiento y la evolución humana.


Algunos de los pioneros de la percepción 
espiritual  de la humanidad.


“Nuestra generación, la del hombre nuevo, tiene una perentoria misión que cumplir.” 
Rafael Squirru

“América es una nueva tentativa del hombre para vencer el silencio mundial, para poblar la tierra inerte de la materia con la viva palabra del espíritu.” 
H. A. Murena

”El hombre nuevo será un místico, un poeta, un científico, todos juntos. No mirará vida a través de las podridas y viejas divisiones. Será un místico, porque sentirá la presencia de Dios. Será un poeta, porque celebrará la presencia de Dios. Y será un científico, porque investigará esta presencia a través de la metodología científica. Cuando un hombre es la unión de estos tres, el hombre está completo.” Osho


1600s
Jakob Böhme (1575–1624)
G.W. Leibniz (1646–1716)

1700s

Immanuel Kant (1724–1804)
J.B. Robinet (1735–1820)
Johann Wolfgang von Goethe (1749–1832)
J.G. Fichte (1762–1814)


1800s

F.W.J. Schelling (1775–1854)
G.W.F. Hegel (1770–1831)
Lorenz Oken (1779–1851)
Arthur Schopenhauer (1788–1860)
Ralph Waldo Emerson (1803–1882)
Alfred Russel Wallace (1823–1913)
Helena Blavatsky (1831-1891)

1900s

Richard M. Bucke (1837–1902)
William James (1842–1910)
Henri Bergson (1859–1941)
Rudolf Steiner (1861–1925)
Alfred North Whitehead (1861–1947)
Swami Vivekananda (1863–1902)
Sri Aurobindo (1872–1950)
The Mother (1878–1973)
Alice Bailey (1880–1949)
Pierre Teilhard de Chardin (1881–1955)
Julian Huxley (1887–1975)
Sarvepalli Radhakrishnan (1888–1975)
Gerald Heard (1889–1971)
Dane Rudhyar (1895-1985)
Jean Gebser (1905–1973)
Arthur M. Young (1905–1995)

TIEMPO DE SUMAR Y MULTIPLICAR



Retomamos esta línea de comunicación, al costado de las Redes Sociales dominantes. Poco a poco aumentaremos la documentación. Y propulsaremos los intercambios. Gracias

22 de febrero de 2013

"Todo ha recomenzado"


Elogio de la metamorfosis

El objetivo ahora es salvar a la humanidad. Para ello urge cambiar nuestros modos de pensar y vivir. La idea de metamorfosis, más rica que la de revolución, aporta la esperanza en un mundo mejor

EDGAR MORIN 

Cuando un sistema es incapaz de resolver sus problemas vitales por sí mismo, se degrada, se desintegra, a no ser que esté en condiciones de originar un metasistema capaz de hacerlo y, entonces, se metamorfosea. El sistema Tierra es incapaz de organizarse para tratar sus problemas vitales: el peligro nuclear, agravado por la diseminación y, tal vez, privatización del arma atómica; la degradación de la biosfera; una economía mundial carente de verdadera regulación; el retorno de las hambrunas; los conflictos étnicopolítico-religiosos que tienden a degenerar en guerras de civilización... La ampliación y aceleración de todos esos procesos pueden considerarse el desencadenante de un formidable feed-back negativo, capaz de desintegrar irremediablemente un sistema. Lo probable es la desintegración. Lo improbable, aunque posible, la metamorfosis. ¿Qué es una metamorfosis? El reino animal aporta ejemplos. La oruga que se encierra en una crisálida comienza así un proceso de autodestrucción y autorreconstrucción al mismo tiempo, adopta la organización y la forma de la mariposa, distinta a la de la oruga, pero sigue siendo ella misma. El nacimiento de la vida puede concebirse como la metamorfosis de una organización físico-química que, alcanzado un punto de saturación, crea una metaorganización viviente, la cual, aun con los mismos constituyentes físicoquímicos, produce cualidades nuevas. La formación de las sociedades históricas, en Oriente Medio, India, China, México o Perú, constituye una metamorfosis a partir de un conglomerado de sociedades arcaicas de cazadores-recolectores que produjo las ciudades, el Estado, las clases sociales, la especialización del trabajo, las religiones, la arquitectura, las artes, la literatura, la filosofía... Y también cosas mucho peores, como la guerra y la esclavitud. A partir del siglo XXI, se plantea el problema de la metamorfosis de las sociedades históricas en una sociedad-mundo de un tipo nuevo, que englobaría a los Estados-nación sin suprimirlos. Pues la continuación de la historia, es decir, de las guerras, por unos Estados con armas de destrucción masiva conduce a la cuasi-destrucción de la humanidad. La idea de metamorfosis, más rica que la de revolución, contiene la radicalidad transformadora de ésta, pero vinculada a la conservación (de la vida o de la herencia de las culturas). ¿Cómo cambiar de vía para ir hacia la metamorfosis? Aunque parece posible corregir ciertos males, es imposible frenar la oleada técnico-científico-económico-civilizatoria que conduce al planeta al desastre. Y sin embargo, la historia humana ha cambiado de vía a menudo. Todo comienza siempre con una innovación, un nuevo mensaje rupturista, marginal, modesto, a menudo invisible para sus contemporáneos. Así comenzaron las grandes religiones: budismo, cristianismo, islam. El capitalismo se desarrolló parasitando a las sociedades feudales para alzar el vuelo y desintegrarlas. La ciencia moderna se formó a partir de algunas mentes rupturistas dispersas, como Galileo, Bacon o Descartes; luego, creó sus redes y sus asociaciones; en el siglo XIX, se introdujo en las universidades y, en el XX, en las economías de los Estados, para convertirse en uno de los cuatro poderosos motores del bajel espacial llamado Tierra. El socialismo nació en algunas mentes autodidactas y marginalizadas del siglo XIX, para convertirse en una formidable fuerza histórica en el XX. Hoy, hay que volver a pensarlo todo. Hay que comenzar de nuevo.

De hecho, todo ha recomenzado, pero sin que nos hayamos dado cuenta. Estamos en los comienzos, modestos, invisibles, marginales, dispersos. Pues ya existe, en todos los continentes, una efervescencia creativa, una multitud de iniciativas locales en el sentido de la regeneración económica, social, política, cognitiva, educativa, étnica, o de la reforma de vida. Estas iniciativas no se conocen unas a otras; ninguna Administración las enumera, ningún partido se da por enterado. Pero son el vivero del futuro. Se trata de reconocerlas, de censarlas, de compararlas, de catalogarlas y de conjugarlas en una pluralidad de caminos reformadores. Son estas vías múltiples las que, al desarrollarse conjuntamente, se conjugarán para formar la vía nueva que podría conducirnos hacia la todavía invisible e inconcebible metamorfosis. Para elaborar las vías que confluirán en la Vía, tenemos que deshacernos de las alternativas reductoras a las que nos obliga el mundo de conocimiento y pensamiento hegemónico. Así es necesario, al mismo tiempo, mundializar y desmundializar, crecer y decrecer, desplegar y replegar. La orientación mundialización-desmundialización significa que, si bien hay que multiplicar los procesos de comunicación y "planetarización" culturales, si bien necesitamos que se constituya una conciencia de "Tierra-patria", también hay que promover, de manera desmundializadora, la alimentación de proximidad, los artesanos de proximidad, los comercios de proximidad, las huertas periurbanas, las comunidades locales y regionales. La orientación crecimiento-decrecimiento significa que hay que potenciar los servicios, las energías verdes, los transportes públicos, la economía plural -y por tanto la economía social y solidaria-, las disposiciones para la humanización de las megalópolis, las agriculturas y ganaderías biológicas, y reducir los excesos consumistas, la comida industrializada, la producción de objetos desechables y no reparables, el tráfico de automóviles y de camiones en beneficio del ferrocarril. La orientación despliegue-repliegue significa que el objetivo ya no es fundamentalmente el desarrollo de los bienes materiales, la eficacia, la rentabilidad y lo calculable, sino el retorno de cada uno a sus necesidades interiores, el gran regreso a la vida interior y a la primacía de la comprensión del prójimo, el amor y la amistad. Ya no basta con denunciar, hace falta enunciar. No basta con recordar la urgencia, hay que comenzar a definir las vías que conducen a la Vía. ¿Hay razones para la esperanza? Podemos formular cinco: 1. El surgimiento de lo improbable. La victoriosa resistencia, en dos ocasiones, de la pequeña Atenas frente al poderío persa era altamente improbable, pero permitió el nacimiento de la democracia y la filosofía. También fue inesperado el frenazo de la ofensiva alemana ante Moscú, en el otoño de 1941, e improbable la contraofensiva victoriosa de Zhúkov, iniciada el 5 de diciembre, que vendría seguida, el 8, por el ataque de Pearl Harbour y la entrada de Estados Unidos en la guerra. 2. Las virtudes generadoras-creadoras inherentes a la humanidad. Al igual que en todo organismo humano adulto existen células madre dotadas de aptitudes polivalentes (totipotentes) propias de las células embrionarias, pero desactivadas, en todo ser humano, y en toda sociedad humana, existen virtudes regeneradoras, generadoras y creadoras durmientes o inhibidas. 3. Las virtudes de la crisis. Al tiempo que las fuerzas regresivas o desintegradoras, las generadoras y creadoras despiertan en la crisis planetaria de la humanidad. 4. Las virtudes del peligro. "Allá donde crece el peligro, crece también lo que nos salva". La dicha suprema es inseparable del riesgo supremo. 5. La aspiración multimilenaria de la humanidad hacia la armonía (paraíso, luego utopías, después ideologías libertaria/socialista/comunista, más tarde aspiraciones y revueltas juveniles de los años sesenta). Esta aspiración renace en el hervidero de iniciativas múltiples y dispersas que podrán alimentar las vías reformadoras destinadas a confluir en la vía nueva.

Las viejas generaciones están desengañadas de tantas falsas esperanzas. A las jóvenes les entristece que no haya una causa común como la de nuestra resistencia durante la II Guerra Mundial. Pero nuestra causa llevaba en sí misma su contrario. Como decía Vassili Grossman de Estalingrado, la mayor victoria de la humanidad fue también su mayor derrota, puesto que el totalismo estalinista salió victorioso de ella. Hoy, la causa es inequívoca, sublime: se trata de salvar a la humanidad. La verdadera esperanza sabe que no es certeza. Es una esperanza no en el mejor de los mundos, sino en un mundo mejor. "El origen está delante de nosotros", decía Heidegger. La metamorfosis sería, efectivamente, un nuevo origen.

© EDICIONES EL PAÍS S.L. 

15 de julio de 2010

Reclamando nuestra libertad para aprender

por

Una escuela primaria en la villa Zapatista de Oventic, en el estado sureño de Chiapas, México. Foto por Aaron Cain.
Una escuela primaria en la villa Zapatista de Oventic, en el estado sureño de Chiapas, México. Foto por Aaron Cain.
Años atrás comenzamos a observar en pueblos y barrios, particularmente entre pueblos indígenas, una reacción radical contra la educación y las escuelas. Unos pocos cerraron sus escuelas y expulsaron a sus maestros. La mayoría evitaron este tipo de confrontación política y empezaron en cambio a pasar por alto a la escuela, mientras reclamaban y regeneraban las condiciones en la cual la gente tradicionalmente había aprendido a su propio estilo.

La gente de los pueblos sabe muy bien que las escuelas impiden a sus hijos aprender lo que ellos necesitan saber para continuar viviendo en sus comunidades, contribuyendo al bien común, al de la tierra y al de sus lugares. Y la escuela no los prepara para la vida o el trabajo fuera de la comunidad. En muchas comunidades en Oaxaca y Chiapas, México, los padres ya no delegan en la escuela el aprendizaje de sus hijos.

Ellos saben por experiencia lo que usualmente sucede a los que abandonan sus comunidades para lograr una “educación superior.” Se pierden en las ciudades, en trabajos degradantes. Un reciente estudio oficial halló que sólo el ocho por ciento de los graduados de las universidades mexicanas serán capaces de trabajar en el campo en el cual se graduaron. Los abogados e ingenieros están manejando taxis o montando puestos. A pesar de saber esto, la gente todavía mantiene la ilusión de que la educación superior les ofrece algo a sus hijos. No se sienten cómodos negándoles una “oportunidad” tal.

La vida sin maestros

Una vez realizamos un experimento de reflexión en el cual tomamos una sugerencia del autor John McKnight, imaginando un mundo sin dentistas, y lo aplicamos a la profesión de la enseñanza. Durante algunos minutos varias descripciones apocalípticas circularon por nuestra mesa mientras imaginábamos un mundo sin maestros ni enseñanza. Pero luego algo radicalmente diferente comenzó a infiltrarse en nuestra conversación. Imaginamos una miríada de formas en las cuales la gente misma pudiera crear un tipo diferente de vida.

Una de las conclusiones más importantes de nuestra conversación fue el reconocimiento explícito de que aprendemos mejor cuando nadie nos está enseñando. Podemos observar estoy en cada bebé y en nuestra propia experiencia. Nuestras competencias vitales provienen de aprender haciendo, sin ningún tipo de enseñanza.

Apprenticeships enseñan habilidades tradicionales en Unitierra. Foto www.berkana.org


Luego del ejercicio, una pregunta muy práctica llegó a la mesa. Hemos aprendido, con los Zapatistas, que mientras cambiar el mundo es muy difícil, tal vez imposible, sí es posible crear un mundo completamente nuevo. Eso es exactamente lo que los Zapatistas están haciendo en el sur de México. ¿Cómo podemos crear nuestro propio mundo, a nuestra propia pequeña escala humana, en nuestro rinconcito de Oaxaca? ¿Cómo podemos des-escolarizar nuestras vidas y las de nuestros hijos e hijas, en este mundo real, donde la escuela todavía domina a mentes, corazones e instituciones?

El aprendizaje fomenta las habilidades tradicionales en Unitierra

La lección más dramática que deducimos del ejercicio fue descubrir lo que realmente nos estábamos perdiendo en el entorno urbano: las condiciones para el aprendizaje. Cuando todos nosotros exigimos educación e instituciones en las cuales nuestros hijos y jóvenes puedan permanecer y aprender, cerramos los ojos al trágico desierto social en el cual vivimos. No tienen acceso a oportunidades reales de aprender en libertad. En muchos casos, ya no pueden aprender con sus madres, padres, tíos, tías, abuelas y abuelos —nada más hablarles, escuchar sus historias u observarlos en sus ocupaciones diarias. Todo el mundo está ocupado, yendo de un lugar a otro. Ya nadie parece tener la paciencia para compartir con la nueva generación la sabiduría acumulada en una cultura. En vez de educación, lo que en realidad necesitamos son condiciones para una vida decente, una comunidad.

Nuestro desafío, entonces, es encontrar maneras de regenerar la comunidad en la ciudad, para crear un tejido social en el cual todos nosotros, en cualquier edad, podamos ser capaces de aprender y en la cual pueda florecer cualquier tipo de aprendizaje. Al hacer esta investigación radical, nos sorprendimos a nosotros mismos, cada día, cuando descubríamos cuán fácil puede ser crear alternativas y cuánta gente está interesada en la aventura.

Hemos aprendido, con los Zapatistas, que mientras cambiar el mundo es muy difícil, tal vez imposible, sí es posible crear un mundo completamente nuevo.

Así que creamos nuestra universidad, Unitierra. Hombres jóvenes y mujeres sin ningún diploma, y mejor aún sin escolarización, pueden venir a nosotros. Ellos aprenden cualquier cosa que deseen aprender—oficios prácticos, como agricultura urbana, producción de video, o investigación social, o campos de estudio tales como filosofía o comunicación. Aprenden las competencias del oficio o campo de estudio como aprendizajes de alguien que practica tales actividades. También aprenden cómo aprender con herramientas modernas y prácticas no disponibles en sus comunidades.

Tan pronto como los jóvenes llegan a Unitierra, comienzan a trabajar como aprendices. Descubren que necesitan habilidades específicas para hacer lo que quieren hacer. La mayor parte del tiempo, logran esas competencias practicando el oficio, con o sin sus mentores. Pueden elegir atender a talleres específicos, para abreviar el tiempo necesario para lograr esas competencias.

Una sala de enseñanza en Unitierra. Foto de www.berkana.org
Una sala de enseñanza en Unitierra. Foto de www.berkana.org
Nuestros “estudiantes” han estado aprendiendo más rápido de lo que esperábamos. Luego de unos pocos meses usualmente son llamados para regresar al presente cotidiano de sus comunidades para hacer allí lo que han aprendido. Parecen ser muy útiles allí. Algunos de ellos están combinando diferentes líneas de aprendizaje en una forma creativa. Uno de ellos, por ejemplo, combinó la agricultura orgánica y la regeneración de suelos (su interés original), con la arquitectura local. El no está ofreciendo servicios profesionales que le permitan moverse hacia un estándar de vida de clase media vendiendo sus servicios y artículos. Está aprendiendo a compartir, como los campesinos, lo que significa ser un miembro apreciado de su comunidad y de su pueblo, como ha sido hecho desde tiempos inmemoriales—antes de la ruptura moderna.

Disciplina y libertad

En Unitierra no estamos produciendo profesionales. Hemos creado un lugar de convivencia, donde todos disfrutamos mientras aprendemos juntos. Al mismo tiempo, tanto los “estudiantes” como sus comunidades pronto descubren que una permanencia en Unitierra no son vacaciones. Es cierto, los estudiantes no tiene clases o proyectos. De hecho, no poseen ningún tipo de obligación formal. No hay actividades obligatorias. Pero tienen disciplina, y rigor, y compromiso—con su grupo (otros “estudiantes”), con nosotros (participando en todo tipo de actividades para Unitierra), y con sus comunidades.

Nuestros “estudiantes” no pertenecen a comunidades. Ellos son sus comunidades. Por supuesto, pueden disfrutar y tienen largas noches de pachanga y muchas fiestas. Pero tienen una responsabilidad hacia sus comunidades, es decir, hacia sí mismos. Y esperanza. Por eso es que pueden tener disciplina, y rigor, y compromiso.

Nuestros “estudiantes” tienen la estructura interna y social que es condición fundamental para la verdadera libertad. Si no las posees, si eres un átomo individual dentro de una masa colectiva, necesitas a alguien a cargo de la organización. Los trabajadores de un sindicato, los miembros de un partido político o de la iglesia, los ciudadanos de una nación—todos ellos necesitan organizadores y fuerzas externas para mantenerlos juntos. En nombre de la seguridad y el orden, ellos sacrifican la libertad. La gente real, nudos en redes de relaciones, pueden permanecer juntos por sí mismos, en libertad.

“El verdadero aprendizaje,” dijo una vez Iván Illich, “sólo puede ser la práctica pausada de la gente libre.” En la sociedad de consumo, también dijo, somos tan solo prisioneros de la adicción o prisioneros de la envidia. Tan sólo sin adicción ni envidia, sólo sin objetivos educativos, en libertad, podemos disfrutar el verdadero aprendizaje.

En Unitierra hemos estado siguiendo fructíferamente una sugerencia de Paul Goodman, un amigo de Ivan Illich, y su fuente de inspiración. Goodman dijo una vez: “Supón que has logrado la revolución de la cual estás hablando o soñando. Supón que tu lado ganó, y que tienes el tipo de sociedad que querías. ¿Cómo vivirías, tú personalmente, en esa sociedad? ¡Comienza a vivir así, ahora! Lo que fuera que harías entonces, hazlo ahora. Cuando te enfrentas a obstáculos, gente, o cosas que no te dejen vivir de esa manera, entonces comienza a pensar cómo pasar por encima o al lado o por debajo del obstáculo, o cómo empujarlo fuera del camino, y tus políticas serán concretas y prácticas.”

Llamamos a Unitierra una universidad para reírnos del sistema oficial y para jugar con sus símbolos. Luego de uno o dos años de aprendizaje, una vez que sus colegas piensan que ya tienen suficiente competencia en su oficio específico, les damos a los “estudiantes” un magnífico diploma universitario. Así les estamos ofreciendo el reconocimiento social que el sistema educativo les niega. En vez de certificar el número de horas-burro, como hacen los diplomas convencionales, certificamos una competencia específica, inmediatamente apreciada por las comunidades, y protegemos a nuestros “estudiantes” contra la discriminación usual. La mayoría de nuestros graduados nos están sorprendiendo, sin embargo, al no solicitar ningún diploma. Ellos no sienten que lo necesitan.

También estamos celebrando nuestra sabiduría y a nuestros ancianos con símbolos modernos. Así ofrecemos diplomas de Unitierra a gente que tal vez nunca asistió a una escuela o universidad. Su competencia es certificada por sus colegas y la comunidad. La idea, otra vez, es utilizar a nuestra propia manera, con mucha alegría y humor, todos los símbolos de dominación. O más bien, como dice Illich, explotar para nuestros propios fines lo que el estado o el mercado producen.

Nuestros diplomas no tienen ningún uso para aquellos que desean exhibirse o pedir un puesto de trabajo o cualquier privilegio. Son una expresión de la autonomía de la gente. Como un símbolo, representan el compromiso de nuestros “estudiantes” hacia sus propias comunidades, no un derecho para demandar algo. No obstante, 100 por ciento de nuestros “graduados” están haciendo un trabajo productivo en el área que estudiaron.

Pero jugar con los símbolos del sistema no sólo es una expresión de humor. También es un tipo de protección. Lo que estamos haciendo es altamente subversivo. En un sentido, estamos subvirtiendo todas las instituciones de la sociedad económica moderna. Al empaquetar nuestras actividades como una de las vacas más sagradas de la modernidad—la educación—estamos protegiendo nuestra libertad de los ataques del sistema.

En mi lugar, cada Yo es un Nosotros. Y así vivimos juntos, en nuestro presente cotidiano, enraizados en un nuestro suelo social y cultura, alimentando las esperanzas en un tiempo en el que todos nosotros, inspirados por los Zapatistas, estamos creando un mundo enteramente nuevo.


Gustavo Esteva escribió este artículo para una serie sobre Libera tu espacio, en la edición de invierno 2008 de YES! Magazine. Gustavo es un activista de base e intelectual desprofesionalizado. Autor de varios libros y ensayos, fue consejero de los Zapatistas y miembro de varias organizaciones y redes independientes, mexicanas e internacionales; reside en una villa indígena en Oaxaca, al sur de México.

Traducción por Guillermo Wendorff.

Photo of Gustavo Esteva

20 de agosto de 2009

WANG WEI -- LI PO



Solitario, en el interior
del bosque de bambúes,
me siento.
Rasgo mi laúd y tarareo
una canción.
En medio de la espesura
nadie advierte mi presencia.
Pero brillante, la luna acude
a verme.
¡Cuan feliz me siento
en su compañía!

Wang Wei (699-759)



Bebiendo solo a la luz de la luna


Entre las flores, un tazón de vino
bebo solo, ningún amigo está cerca.
Levanto mi Copa, invito a la Luna
y a mi sombra, y ahora somos tres.

Mas la Luna nada sabe de bebidas
y mi sombra se limita a imitarme,
pero así y todo, Luna y sombra
serán mi compañía.

La primavera es época propicia para el goce.
Canto y la Luna prolonga su presencia,
bailo y mi sombra se enreda.

Mientras me mantengo sobrio, somos alegres juntos,
cuando me embriago, cada uno marcha por su lado
jurando encontrarnos en el Río de Plata de los Cielos.

Li Po (701-762)



19 de noviembre de 2008

David Korten -- Estamos diseñados para cuidarnos y conectarnos



Las buenas noticias: los cambios que debemos hacer para evitar el colapso final son idénticos a los cambios que debemos enfrentar para crear el mundo de nuestro sueño en común.

Elders gather at the community center in Baker Lake. The Inuit are highly sociable people, and the community centers are busy in the evenings. Photo by John Hasyn
Elders gather at the community center in Baker Lake. The Inuit are highly sociable people, and the community centers are busy in the evenings.
Photo by John Hasyn
See John Hasynís PHOTO ESSAY on daily life among the Inuit of Nunavut, in northern Canada
La historia de Estados Unidos más allá del bipartidismo es parte de una historia humana aún más grande. A pesar de todas las diferencias culturales reflejadas en la rica variedad de nuestras costumbres, idiomas, religiones e ideologías políticas, los seres humanos psicológicamente saludables comparten algunos valores y aspiraciones clave. Aunque podamos diferir en nuestra idea del “cómo”, queremos hijos e hijas saludables y felices, familias rodeadas de amor, y una comunidad compasiva, con un entorno natural saludable y hermoso. Queremos un mundo de cooperación, justicia y paz, y participación en las decisiones que afectan nuestras vidas. Los valores compartidos de Estados Unidos más allá del bipartidismo manifiestan este sueño humano compartido. Es el verdadero sueño norteamericano sin distorsionar por los medios de comunicación corporativos, la publicidad y los políticos demagogos, el sueño que ahora debemos hacer realidad si queremos un futuro humano.

Por los últimos 5.000 años, nosotros los humanos hemos dedicado mucha energía creativa a perfeccionar nuestra capacidad para la codicia y la violencia, una práctica que ha sido enormemente costosa para nuestros hijos e hijas, familias, comunidades, y la naturaleza. Ahora, al borde del colapso social y ambiental, enfrentamos un imperativo para hacer realidad nuestros sueños por medio del cultivo de nuestra capacidad para la solidaridad y la compasión, que ha sido reprimida por largo tiempo, incluso negada.

A pesar del mantra constante de que “no tenemos otra alternativa” a la codicia y a la competencia, la experiencia diaria y una creciente cantidad de evidencia científica apoyan la tesis de que nosotros los humanos nacemos para conectarnos, aprender y servir, y que en verdad está a nuestro alcance:

  • Crear comunidades acogedoras para las familias en las cuales logremos nuestra satisfacción de relaciones compasivas más que del consumo material;

  • Lograr el ideal, cuya rastro se encuentra ya en Aristóteles, de crear sociedades democráticas de clase media, sin extremos de riqueza y pobreza; y

  • Formar una comunidad global de naciones comprometidas a restaurar la salud del planeta y compartir la generosidad de la Tierra para el beneficio a largo plazo de todos (ver la edición de Verano de 2008 de YES!: Una política exterior justa).

El primer paso hacia el logro del mundo que queremos es admitir que existe una alternativa a nuestro camino humano actual. Nosotros los humanos no estamos incorregiblemente divididos ni condenados a la autodestrucción por una predisposición genética para la codicia y la violencia.

La cultura, el sistema de creencias valores y percepciones convencionales que codifican nuestro aprendizaje compartido, le brinda a los seres humanos una capacidad extraordinaria para elegir nuestro destino. No nos asegura que usemos esta capacidad sabiamente, pero sí nos da los medios para cambiar el camino por medio de una elección colectiva consciente.

La historia en nuestra cabeza
La barrera principal para lograr nuestro sueño en común es de hecho una historia que circula sin cesar en nuestras cabezas, diciéndonos que un mundo de paz y solidaridad es contrario a nuestra naturaleza, una fantasía inocente eternamente fuera de alcance. Hay muchas variaciones, pero ésta es la esencia:

Está en nuestra naturaleza humana el ser competitivos, individualistas y materialistas. Nuestro bienestar depende de líderes fuertes con la voluntad de utilizar los poderes policiales y militares para protegernos unos de otros, y de las fuerzas competitivas de un mercado libre y desregulado para canalizar nuestra codicia individual hacia fines constructivos. La competencia para la supervivencia y la dominación, por más violenta y destructiva que sea, es la fuerza impulsora de la evolución. Ha sido la clave para el éxito humano desde el comienzo de los tiempos, asegura que los más dignos se eleven hacia el liderazgo, y a fin de cuentas trabaja para el beneficio de todos.

Yo la llamo nuestra historia Imperial porque afirma el sistema de jerarquía dominante que ha resistido por 5.000 años (vea la edición de Verano de 2006 de YES!: 5.000 años de Imperio).

Para reforzar el mito Imperial, los medios corporativos nos bombardean con informes de codicia y violencia, y celebran como héroes culturales a políticos y CEOs corporativos materialmente exitosos, pero moralmente cuestionados, quienes exhiben un insensible desdén por las consecuencias humanas y ambientales de sus actos.

No importan las contradicciones morales de esta historia y sus conflictos con nuestra propia experiencia con amigos, familiares y desconocidos amistosos y dignos de confianza. Sirve para mantenernos confundidos, inseguros, y dependientes de las autoridades morales sancionadas por la clase dirigente para decirnos lo que es correcto y verdadero. También apoya políticas e instituciones que activamente socavan el desarrollo de las relaciones solidarias y compasivas que son esenciales para una participación responsable en una sociedad democrática saludable. Afortunadamente, existe una historia más positiva que puede devolvernos al camino de la recuperación. Y está respaldada por recientes descubrimientos científicos, nuestra experiencia diaria, y las enseñanzas intemporales de los grandes profetas religiosos.

Diseñados para conectarnos
Los científicos que usan tecnología avanzada de imágenes para estudiar las funciones del cerebro informan que el cerebro humano está diseñado para premiar la compasión, la cooperación y el servicio. De acuerdo a estas investigaciones, simplemente pensar en otra persona experimentando dolor dispara en nuestro cerebro la misma reacción que cuando una madre ve angustia en el rostro de su bebé. A la inversa, el acto de ayudar a otro dispara el centro de placer del cerebro y beneficia nuestra salud al impulsar nuestro sistema inmune, reducir nuestro ritmo cardíaco y prepararnos para aproximarnos y calmarnos. Las emociones positivas como la compasión producen beneficios similares. En contraste, las emociones negativas suprimen nuestro sistema inmune, incrementan el ritmo cardíaco y nos preparan para luchar o huir.

Estos hallazgos son congruentes con el placer que la mayoría de nosotros experimenta al ser miembro de un equipo efectivo o al extender una ayuda no retribuida a otro ser humano. Es completamente lógico. Si nuestros cerebros no estuviesen diseñados para la vida en comunidad, nuestra especie hubiera perecido largo tiempo atrás. Tenemos un deseo instintivo para proteger al grupo, incluyendo a sus miembros más débiles y vulnerables: sus hijas e hijos. El comportamiento contrario a esta norma positiva es un indicador de una seria disfunción social y psicológica.

Un estudio comparando los niveles de satisfacción vitales encontró que los niveles más altos se encontraban en los Amish de Pennsylvania (5.8) y los Masai de África Oriental (5.7).  Fotos por Jeffrey Gentry (arriba), Geof Wilson (abajo) flickr.com/photos/geoftheref
Un estudio comparando los niveles de satisfacción vitales encontró que los niveles más altos se encontraban en los Amish de Pennsylvania (5.8) y los Masai de África Oriental (5.7).
Fotos por (arriba) Jeffrey Gentry, (abajo) Geof Wilson flickr.com/photos/geoftheref
La felicidad es una comunidad compasiva
Estos descubrimientos neurológicos están corroborados por las hallazgos de las ciencias sociales que, más allá del mínimo nivel de ingresos esencial para satisfacer las necesidades básicas, la pertenencia a una comunidad cooperativa y compasiva es un pronosticador mucho mejor de felicidad y salud emocional que el tamaño de nuestro salario o cuenta bancaria. Tal vez la evidencia más impresionante de esto provenga de los estudios conducidos por el profesor Ed Diener de la Universidad de Illinois, y otros, comparando los niveles de satisfacción vital de grupos de personas que cuentan con medios financieros radicalmente diferentes. Cuatro grupos con casi las mismas puntuaciones en una escala de siete estaban situadas en la cima.

En conformidad con la historia Imperial de que el consumo material es la clave para la felicidad, la lista los estadounidenses más ricos de la revista Forbes tenía una calificación promedio de 5,8. Sin embargo, se encontraban en un empate estadístico con otros tres grupos conocidos por su modesto estilo de vida y fuerza comunitaria: los Amish de Pennsylvania (5,8), que prefieren los caballos a los autos y tractores; los Inuit de Groenlandia del Norte (5,9), un pueblo cazador y pescador; y los Masai (5,7), un pueblo de pastores tradicionales en África Oriental que viven sin electricidad ni agua corriente en cabañas modeladas con estiércol de vaca seco. Aparentemente, se necesita una gran cantidad de dinero para comprar la felicidad que de otra manera proviene de pertenecer a una comunidad compasiva con un fuerte sentido de pertenencia. La evidencia sugiere que todos podríamos ser mucho más felices y saludables si pusiéramos menos énfasis en hacer dinero y más en cultivar una comunidad compasiva.

El deseo norteamericano más allá del bipartidismo de crear una sociedad de hijos, familias, comunidades y sistemas naturales saludables, no es una casualidad. Es una expresión de nuestros impulsos humanos más profundos y positivos, un signo de que en conjunto podríamos ser una sociedad más saludable y menos dividida de lo que sugieren nos políticos disfuncionales.

Más allá del mínimo nivel de ingreso esencial para satisfacer las necesidades básicas, ser miembro de una comunidad compasiva y cooperativa es un mucho mejor pronosticador de felicidad y salud emocional que el tamaño de nuestro salario o cuenta bancaria.

Beyond the minimum level of income essential to meet basic needs, membership in a cooperative, caring community is a far better predictor of happiness and emotional health than the size of oneís paycheck or bank account.

Aprendiendo a ser humano
Si el cerebro en correcto funcionamiento está diseñado para la compasión, la cooperación y el servicio, ¿cómo podemos explicar la indignante codicia y violencia que amenaza nuestra supervivencia colectiva? Aquí nos encontramos con nuestra capacidad humana distintiva para reprimir o facilitar el desarrollo de la función de orden superior del cerebro humano, esencial para una ciudadanía adulta responsable.

Nosotros los seres humanos tenemos un cerebro complejo de tres partes. La base es el cerebro “reptiliano” que coordina las funciones básicas, tales como respirar, cazar y comer, reproducirse, proteger el territorio, e involucrarse en la respuesta luchar-o-huir. Estas funciones son esenciales para la supervivencia y una auténtica parte de nuestra humanidad, pero expresan la parte más primitiva y menos evolucionada de nuestro cerebro, la cual los propagandistas y políticos demagogos han aprendido a manipular, tocando nuestros miedos y deseos más básicos.

Superpuesto sobre el cerebro reptiliano está el cerebro límbico o “mamífero”, el centro de la inteligencia emocional que les da a los mamíferos su capacidad distintiva para experimentar emoción, leer el estado emocional de otros mamíferos, afianzarse socialmente, cuidar a sus hijos y formar comunidades cooperativas.

La tercera capa, la más grande en los humanos, es el cerebro neocortical, el centro de nuestra capacidad para el razonamiento cognitivo, pensamiento simbólico, conciencia y voluntad autoconsciente. Esta capa distingue a nuestra especie de otros mamíferos. Sin embargo, su función completa y benéfica depende de las funciones complementarias de nuestros cerebros reptilianos y mamíferos.

La mayor parte del desarrollo de los cerebros límbico y neocortical, esencial para actualizar las capacidades que nos hacen más distintivamente humanos, ocurre luego del nacimiento y depende del aprendizaje a lo largo de la vida adquirido a través de nuestras interacciones con la familia, la comunidad y la naturaleza. Los psicólogos del desarrollo describen el camino saludable hacia una conciencia humana completamente formada como una progresión desde la conciencia mágica, indiferenciada y autocentrada del recién nacido hasta la conciencia espiritual, multidimensional, completamente madura e inclusiva del anciano sabio.

La realización completa de nuestra humanidad depende del desarrollo equilibrado de los cerebros empático límbico y cognitivo neocortical para establecer su supremacía sobre los instintos primitivos antisociales del cerebro reptiliano. Trágicamente, la mayoría de las sociedades modernas niegan o incluso suprimen este desarrollo.

Un sistema económico despersonalizado sin apego al lugar desestabiliza los lazos de comunidad y familia y hace prácticamente imposible para los padres proveerles a sus hijos la atención nutritiva esencial para el desarrollo saludable de sus cerebros límbicos. Los sistemas educativos enfocados en la memorización y organizados en torno a disciplinas fragmentadas no contribuyen a desarrollar nuestro potencial para el pensamiento crítico holístico. Dejar el aprendizaje social a grupos de pares que carecen del beneficio de un mentor adulto limita el desarrollo de una inteligencia social madura y moralmente enraizada. Estamos conduciendo un experimento evolutivo no intencionado en producir una línea de reptiles altamente inteligentes pero emocionalmente inmaduros esgrimiendo tecnologías capaces de desestabilizar o incluso terminar la aventura evolutiva completa.

El poder de la conversación
Salirnos de nuestro actual desastre comienza con una conversación para cambiar la historia cultural compartida sobre nuestra naturaleza esencial. El movimiento de mujeres ofrece una lección instructiva.

En poco más de una década, unas pocas mujeres valientes cambiaron la historia cultural de que la clave para la felicidad de una mujer es encontrar al hombre correcto, casarse con él y dedicar su vida a su servicio. Como relata Cecile Andrews, autora de Círculos de Simplicidad, la transición a una nueva historia de género comenzó con los círculos de debate en los cuales las mujeres se reunían en sus salas de estar para compartir sus historias. Hasta entonces, una mujer cuya experiencia no se conformaba a la historia dominante suponía que el problema era un defecto en ella misma. A medida que las mujeres compartían sus propias historias, cada una se daba cuenta que el defecto estaba en la historia. Millones de mujeres pronto estaban esparciendo una nueva historia de género que ha liberado a lo femenino como una fuerza poderosa para la transformación global.

El movimiento de simplicidad voluntaria organiza oportunidades similares para que la gente comparta sus historias sobre lo que los hace realmente felices. La falacia de la historia que el consumo material es el camino hacia la felicidad es rápidamente expuesta y reemplazada con el hecho de que en realidad nos sentimos vivos cuando reducimos nuestro consumo material y ganamos control de nuestro tiempo para nutrir las relaciones que nos traen verdadera felicidad.

Ahora debemos comenzar un proceso similar para afirmar que aquellos de nosotros que elijen cooperar más que competir no estamos luchando contra la naturaleza humana. Estamos, en realidad, desarrollando la parte de nuestra humanidad que nos brinda la mejor posibilidad, no sólo de sobrevivir, sino de ser felices.

El proceso para cambiar las poderosas historias que limitan nuestras vidas comienza con una conversación en nuestra sala de estar, en la biblioteca, la iglesia, la mezquita o la sinagoga. Hablando y escuchándonos unos a otros, comenzamos a descubrir los verdaderos potenciales de nuestra naturaleza humana y de nuestra visión compartida del mundo. No es una nueva conversación. Grupos aislados de humanos han estado ocupados en ella por milenios. Lo que es nuevo es el hecho de que las tecnologías de comunicación ahora existentes crean la posibilidad de terminar el aislamiento y combinar nuestras conversaciones locales en una global que puede romper la espiral repetitiva de violencia competitiva de 5.000 años de Imperio.

A medida que esta conversación convence a una masa crítica de personas que la realización del sueño Imperial es falsa y terriblemente destructiva, podemos cambiar de giro como especie, alejándonos de la perfección de nuestra capacidad de competencia y exclusión y acercándonos a la perfección de nuestra capacidad de cooperación e inclusión. Podemos crear una historia cultural que afirma que la competencia y la polarización, ya sea entre republicanos y demócratas en lo político o entre ricos y pobres en lo económico, no es el resultado inevitable de ser humano. Es el resultado de suprimir la parte más saludable de nuestra humanidad.

Aquí no hay concesiones. La transformación institucional y cultural requerida para detener el colapso social y ambiental es la misma que la transformación necesaria para nutrir el desarrollo del cerebro límbico empático, liberar los potenciales creativos de la conciencia humana y crear el mundo que queremos. Es una extraordinaria convergencia entre nuestro interés reptiliano en la supervivencia, nuestro interés mamífero en la unión y nuestro interés humano en cultivar las posibilidades de nuestra conciencia autorreflexiva.


David Korten escribió este artículo para Estados Unidos más allá del bipartidismo, la edición del otoño 2008 de YES! Magazine. David es co-fundador y miembro del consejo de YES! Su último libro es The Great Turning: From Empire to Earth Community. Su sitio web es www.davidkorten.org.

17 de noviembre de 2008

David Korten -- El Gran Cambio: del Imperio a la Comunidad de la Tierra


¿Por cuál nombre conocerán
las futuras generaciones
a nuestro tiempo?


¿Hablarán con enojo y frustración del tiempo del Gran Desenredo, cuando el consumo despilfarrador excedió la capacidad de la tierra para sustentarnos y llevó a una rápida ola de colapsos ambientales, a una violenta competencia por lo que quedara de los recursos del planeta, y a una disminución dramática de la población humana? ¿O mirarán hacia atrás en gozosa celebración al tiempo del Gran Cambio cuando sus ancestros abrazaron el potencial de Orden Superior de sus naturalezas humanas, transformaron la crisis en oportunidad y aprendieron a vivir en una sociedad creativa el uno con el otro, y con la misma Tierra?

Una elección definitiva

Enfrentamos una elección definitiva entre dos modelos contrastantes de cómo organizar los asuntos humanos. Utilicemos los nombres genéricos de Imperio y Comunidad de la Tierra. Si no existe una comprensión de la Historia y las consecuencias de esta elección, podríamos derrochar tiempo y recursos valiosos en esfuerzos para preservar o remendar culturas e instituciones que no pueden ser arregladas y que, en cambio, deben ser reemplazadas.

El Imperio se organiza por medio de la dominación en todos sus niveles, desde las relaciones existentes entre las Naciones hasta aquellas que se nutren entre los miembros de una familia. El Imperio trae fortuna a unos pocos, condena a la mayoría a la miseria y a la servidumbre, suprime el potencial creativo de todos, y se apropia de gran parte de la riqueza de las sociedades humanas para mantener las instituciones de dominación.


La Comunidad de la Tierra por contraste se organiza por asociaciones, libera el potencial humano para la cooperación creativa, y comparte recursos y excedentes para el bienestar de todos. La evidencia que apoya las posibilidades de la Comunidad de la Tierra proviene de los hallazgos de la física cuántica, la biología evolutiva, la psicología del desarrollo, la antropología, la arqueología, y el misticismo religioso. Éste era el modo humano antes del Imperio; debemos hacer una elección para reaprender cómo vivir bajo sus principios.


Los acontecimientos característicos de nuestra época nos están diciendo que el Imperio ha alcanzado los límites de la explotación que la gente y la Tierra pueden sostener. Una tormenta perfecta en ascenso proveniente de la convergencia del pico de petróleo, el cambio climático, y una economía estadounidense desequilibrada dependiente de deudas que nunca podrá re-pagar, está a punto de traer una reestructuración dramática de cada aspecto de la vida moderna. Tenemos el poder para elegir, sin embargo, si queremos que las consecuencias signifiquen una crisis terminal o una oportunidad épica. El Gran Cambio no es una profecía. Es una posibilidad.


Una vuelta a la vida

De acuerdo a la historiadora cultural Riane Eisler, los primeros humanos evolucionaron dentro de un marco cultural e institucional propio de la Comunidad de la Tierra. Se organizaban para satisfacer sus necesidades cooperando con la vida más que dominándola. Luego, cerca de 5.000 años atrás, comenzando en la Mesopotamia, nuestros ancestros realizaron un trágico giro de la Comunidad de la Tierra al Imperio. Se alejaron del respeto por el poder generativo de la vida, representado por los dioses femeninos o espíritus de la naturaleza, a una veneración de la jerarquía y el poder de la espada, representados por dioses distantes, usualmente masculinos. La sabiduría de los ancianos y las sacerdotisas dio lugar al gobierno arbitrario, y a menudo brutal, del rey.

Pagando el precio

Los pueblos de las sociedades humanas dominantes perdieron su sentido de conexión con la Tierra viviente, y las sociedades se dividieron entre gobernantes y gobernados, explotadores y explotados. La brutal competencia por el poder creó una dinámica implacable de jugar o morir, de gobernar o ser gobernado, de violencia y opresión, y sirvió para elevar al más brutal a las posiciones más altas de poder. Desde este aciago giro la mayor porción de los recursos disponibles para las sociedades humanas ha sido desviado desde la satisfacción de las necesidades de la vida al sustento de fuerzas militares, prisiones, palacios y templos, y al auspicio de los sirvientes y propagandistas sobre los cuales el sistema de dominación a su vez depende. Las grandes civilizaciones construidas por la ambición de los gobernantes colapsaron bajo sucesivas olas de corrupción y conquista.

La forma institucional primaria del Imperio se ha transformado desde la ciudad-estado a la nación-estado a la corporación global, pero el patrón subyacente de dominación permanece. Es axiomático: para que unos pocos estén en la cima, muchos deben estar en el fondo. El poderoso controla e institucionaliza los procesos por los cuales se decide quiénes disfrutan los privilegios y quiénes pagan el precio, una opción que normalmente lleva a la arbitraria exclusión del poder de grupos enteros de personas, basados en motivos de raza o género.


Verdades inquietantes

En este punto yace un entendimiento crucial. Si buscamos las fuentes de las patologías sociales, cada día más evidentes en nuestra cultura, hayamos que todas ellas poseen un origen común en las relaciones de dominación del Imperio que han sobrevivido en su mayor parte intactas a pesar de las reformas democráticas de los últimos dos siglos. El sexismo, el racismo, la injusticia económica, la violencia y la destrucción ambiental que han plagado a las sociedades humanas durante 5.000 años y que ahora nos han llevado al borde de una crisis potencialmente terminal, todo esto surge de una fuente en común. Liberarnos de estas patologías depende de una solución en común: reemplazar las culturas e instituciones de dominación subyacentes del Imperio con las culturas e instituciones cooperativas de la Comunidad de la Tierra. Desgraciadamente, no podemos esperar que los detentores del poder nos guíen por este camino.

Más allá de la negación

La historia muestra que a medida que el Imperio se desmorona las elites gobernantes se vuelven incluso más corruptas y más brutales para asegurar su propio poder; una dinámica que se está llevando a cabo ahora en los Estados Unidos. Los norteamericanos basamos nuestra identidad en gran parte en el mito de que nuestra nación siempre ha personificado los más altos principios de la democracia, y que se encuentra consagrada a la expansión de la paz y la justicia por todo el mundo.

Pero siempre ha habido tensión entre los altos ideales de Estados Unidos y su realidad como una versión modernizada del Imperio. La libertad prometida por la Carta de Derechos contrasta directamente con la santificación de la esclavitud, escrita en otro lugar de los artículos originales de la Constitución. La protección de la propiedad, una idea central para el sueño norteamericano, está en contradicción frente al hecho de que nuestra nación fue construida sobre una tierra tomada por la fuerza de los nativos americanos. Aunque consideramos al voto como el sello de nuestra democracia, llevó cerca de 200 años para que este derecho se extendiera a todas las ciudadanas y ciudadanos.


Los norteamericanos acostumbrados a los ideales de los Estados Unidos encuentran difícil de comprender lo que nuestros gobernantes están haciendo, la mayor parte de los cuales entran en conflicto con las nociones de igualitarismo, justicia, y democracia. Dentro del marco de la realidad histórica, está perfectamente claro: están llevando a cabo la jugada final del Imperio, buscando consolidar el poder a través de políticas cada vez más anti-autoritarias y anti-democráticas.


Las opciones sabias necesariamente se apoyan sobre un fundamento de verdad. El Gran Cambio depende de que despertemos a ciertas verdades profundas, negadas durante largo tiempo.


Un despertar global


Los que creen en el Imperio mantienen que las imperfecciones inherentes de nuestra naturaleza humana nos llevan a una propensión natural a la codicia, la violencia, y al deseo de poder. El orden social y el progreso material dependen, por lo tanto, en la imposición del gobierno de la elite y la disciplina del mercado para canalizar estas tendencias oscuras hacia fines positivos. Los psicólogos que estudian los caminos del desarrollo de la conciencia individual observan una realidad más compleja. Tal como crecemos en nuestra capacidad y potencial físico, dados una nutrición física apropiada y ejercicio, también crecemos en nuestras capacidades y en el potencial de nuestra conciencia dados el ejercicio y una nutrición social y emocional apropiadas.


A lo largo de la vida, aquellos que disfrutan el soporte emocional requerido transcurren un camino desde la conciencia narcisista, mágica y no diferenciada del recién nacido, a la conciencia completamente madura, inclusiva, espiritual y multidimensional del sabio anciano. Los órdenes de conciencia más bajos, más narcisistas, son perfectamente normales para los niños jóvenes, pero se vuelven sociópatas en los adultos y son fácilmente alentados y manipulados por propagandistas y demagogos. Los órdenes elevados de la conciencia constituyen un fundamento necesario para una democracia madura. Tal vez la tragedia más grande del Imperio consista en que sus culturas e instituciones suprimen sistemáticamente nuestro progreso hacia órdenes superiores de conciencia.


Dado que el Imperio ha prevalecido por 5.000 años, un giro desde el Imperio a la Comunidad de la Tierra podría parecer una fantasía sin esperanzas sino fuera por evidencia que surge de las encuestas de valores, que muestran que un despertar global a niveles superiores de la conciencia humana ya está en desarrollo. Este despertar es impulsado en parte por una revolución en las comunicaciones que desafía la censura de la elite y está destruyendo las barreras geográficas del intercambio multi-cultural.


Las consecuencias del despertar son manifiestas en el movimiento para los derechos civiles, el feminismo, el ecologismo, el pacifismo, y otros movimientos sociales. Estos movimientos a su vez ganan energía del creciente liderazgo de mujeres, comunidades de color, y pueblos indígenas, y de un desplazamiento del balance demográfico a favor de grupos de edad más avanzada, que tienen más probabilidades de haber logrado una conciencia de alto nivel del sabio anciano.


No es incidental que nosotros los humanos hayamos logrado los medios para realizar una elección colectiva como especie para liberarnos a nosotros mismos de la lógica Imperial aparentemente inexorable de competir o morir, en el mismo momento en que enfrentamos el imperativo para hacerlo así. La velocidad a la cual los avances institucionales y tecnológicos han creado posibilidades completamente nuevas para la experiencia humana es abrumadora.


TAN SOLO HACE 60 AÑOS creamos la Organización de las Naciones Unidas, la cual, a pesar de todas sus imperfecciones, hizo posible por primera vez que representantes de todas las naciones de la Tierra y de la gente se encuentren en un espacio neutral para resolver diferencias a través del diálogo, en vez del uso de la fuerza de las armas.


HACE MENOS DE 50 AÑOS, nuestra especie se aventuró al espacio para mirar hacia atrás y vernos a nosotros mismos como un pueblo compartiendo un destino en común en una nave espacial viviente.


EN POCO MÁS DE 10 AÑOS nuestras tecnologías de la comunicación nos han dado la habilidad, si eligiéramos usarla así, para conectar a cada ser humano en el planeta a una perfecta red de comunicaciones y cooperación, casi sin costo.


Nuestras nuevas capacidades tecnológicas ya han hecho posible la interconexión de millones de personas que están aprendiendo a trabajar como un organismo social dinámico, auto-dirigido, que trasciende las fronteras de raza, clase, religión, y nacionalidad, y que funciona como una conciencia compartida de la especie. Llamamos a este organismo social la sociedad civil global. El 15 de Febrero de 2003, llevó a más de 10 millones de personas de las calles de las ciudades, pueblos y villas del mundo, para pedir por la paz frente a los inicios de la invasión estadounidense en Irak. Ellos lograron esta monumental acción colectiva sin una organización central, sin presupuesto, sin un líder carismático, a través de procesos sociales nunca antes posibles en una escala tal. Esto fue sólo una anticipación de las posibilidades de formas radicalmente nuevas de organización cooperativa que están ahora a nuestro alcance.


Rompe el silencio, termina el aislamiento, cambia la historia


Nosotros los humanos vivimos por historias. La clave para hacer una elección por la Comunidad de la Tierra es reconocer que la fundación para el poder del Imperio no yace en sus instrumentos de violencia física. Yace en la habilidad del Imperio para controlar las historias por las cuales nos definimos a nosotros mismos y a nuestras posibilidades, con el fin de perpetuar los mitos sobre los cuales depende la legitimidad de las relaciones de dominación del Imperio. Para cambiar el futuro humano, debemos cambiar las historias que nos definen.


Historia del poder

Por 5.000 años, la clase dominante ha cultivado, premiado y amplificado las voces de aquellos narradores cuyas historias afirman la rectitud del Imperio y niegan las potencialidades de orden superior de nuestra naturaleza que nos permitirían vivir en paz y cooperación el uno con el otro. Siempre han habido aquellos entre nosotros quienes perciben las posibilidades de la Comunidad de la Tierra, pero sus historias han sido marginadas o silenciadas por los instrumentos de intimidación del Imperio. Las historias repetidas sin fin por los escribas del Imperio se vuelven las historias más creídas. Las historias de posibilidades más esperanzadoras siguen sin ser oídas o atendidas y aquellos que disciernen la verdad son incapaces de identificar y apoyarse uno al otro en la causa común de decir la verdad. Afortunadamente, las nuevas tecnologías de comunicación están rompiendo este patrón. A medida que los relatores de la verdad alcanzan una mayor audiencia, los mitos del Imperio se vuelven más difíciles de mantener.

La lucha para definir las historias culturales prevalecientes definen en gran medida las políticas culturales contemporáneas en los Estados Unidos. Una alianza de extrema derecha de plutócratas elitistas corporativos y teocráticos religiosos han ganado el control del discurso político en los Estados Unidos no por fuerza de su número, el cual es relativamente menor, sino a través del control de las historias por las cuales la cultura prevaleciente define el camino a la prosperidad, la seguridad, y el sentido. En cada instancia, las versiones favoritas de la extrema derecha afirman las relaciones de dominación del Imperio.


LA HISTORIA DE PROSPERIDAD IMPERIAL dice que una economía eternamente creciente beneficia a todos. Para hacer crecer la economía, necesitamos gente rica que pueda invertir en empresas y crear trabajo. Así, debemos apoyar a los ricos acortando sus impuestos y eliminando las regulaciones que crean barreras para la acumulación de riqueza. También debemos eliminar los programas de beneficio social para enseñar a los pobres el valor del trabajo duro a cualquiera sea el sueldo que ofrezca el mercado.


LA HISTORIA DE SEGURIDAD IMPERIAL nos cuenta de un mundo peligroso, lleno de criminales, terroristas, y enemigos. La única forma de garantizar nuestra seguridad es a través de mayores gastos militares y policiales para mantener el orden por medio de la fuerza física.


LA HISTORIA DEL SENTIDO IMPERIAL refuerza los otros dos, presentando a un Dios que premia la rectitud con riqueza y poder, y manda que éstos gobiernen sobre los pobres quienes sufren debidamente el castigo divino por sus pecados.


Todas estas historias sirven para alienarnos de la comunidad de la vida y negar los potenciales positivos de nuestra naturaleza, mientras afirman la legitimidad de la injusticia económica, el uso de la fuerza física para mantener el orden imperial, y la rectitud especial de aquellos en el poder.


No es suficiente, como muchos en los Estados Unidos están haciendo, debatir los detalles de las políticas de impuestos y educación, el presupuesto, la guerra, y de los acuerdos de comercio, en busca de una agenda política positiva. Ni tampoco es suficiente diseñar eslóganes buscando seducir a las masas para ganar las próximas elecciones o el próximo debate político. Debemos infundir en la cultura principal las historias de la Comunidad de la Tierra. Si las historias del Imperio nutren una cultura de dominación, las de la Comunidad de la Tierra nutren una cultura de cooperación; ellas afirman los potenciales positivos de nuestra naturaleza humana y muestran que el realizar verdadera prosperidad, seguridad y sentido dependen de la creación de comunidades vibrantes, compasivas e intercomunicadas que ayuden a todas las personas a la realización completa de su humanidad. Compartir las noticias felices de nuestras posibilidades humanas a través de la palabra y de la acción es tal vez el Gran Trabajo de nuestro tiempo.


Cambiar las historias prevalecientes en los Estados Unidos puede ser más fácil de lograr de lo que podríamos pensar. Más allá de las aparentes divisiones políticas, los datos de las encuestas estadounidenses revelan un sorprendente grado de consenso en cuestiones claves. Ochenta y tres por ciento de los norteamericanos creen que Estados Unidos como sociedad está enfocada en las prioridades equivocadas. Grandes mayorías quieren ver una mayor prioridad en los niños, la familia, la comunidad, y la salud del medio ambiente. Los norteamericanos también quieren un mundo que ponga a la gente antes de los beneficios económicos, los valores espirituales delante de los valores financieros, y a la cooperación internacional frente a la dominación internacional. Estos valores de la Comunidad de la Tierra son de hecho ampliamente compartidos por conservadores y liberales por igual.


Nuestra nación no está en el curso equivocado porque los Norteamericanos tengan los valores incorrectos. Está en el rumbo erróneo por las instituciones imperiales remanentes que dan un poder inaudito a una pequeña alianza de extremistas de derecha que se llaman a sí mismos conservadores y dicen apoyar a los valores familiares y comunitarios, pero cuyas políticas económicas y sociales preferidas constituyen una guerra cruel contra los niños, las familias, las comunidades, y el medio ambiente.


La capacidad humana distintiva para la reflexión y la elección intencional trae una responsabilidad moral correspondiente para cuidarnos el uno al otro y al planeta. En verdad, nuestro más profundo deseo es vivir en relación afectuosa el uno con el otro. El anhelo por familias y comunidades amorosas es una poderosa fuerza unificadora, pero latente, y es también el fundamento potencial de una coalición política ganadora dedicada a crear sociedades que apoyen a cada persona en la actualización de su más alto potencial.


En estos tiempos turbulentos y a menudo atemorizantes, es importante recordarnos a nosotros mismos que somos privilegiados en vivir en el momento más excitante de toda la experiencia humana. Tenemos la oportunidad de alejarnos del Imperio y abrazar a la Comunidad de la Tierra por medio de una consciente elección colectiva. Nosotros somos aquellos que hemos estado esperando.


David Korten es co-fundador y miembro del consejo de Positive Futures Network.

El artículo precedente fue extraído de su último libro, The Great Turning: From Empire to Earth Community (El Gran Cambio: del Imperio a la Comunidad de la Tierra).





El Cambio Cultural

El Gran Cambio comienza con un despertar cultural y espiritual; un giro de los valores culturales desde el dinero y los excesos materiales hacia la vida y la satisfacción espiritual, desde una creencia en nuestras limitaciones a una creencia en nuestras posibilidades, y desde el temor por nuestras diferencias al regocijo por nuestra diversidad. Necesita re-encuadrar las historias culturales por las cuales definimos nuestra naturaleza humana, propósitos y posibilidades.


El Cambio Económico

El desplazamiento de valores del cambio cultural nos lleva a redefinir la riqueza; a medirla por la salud de nuestras familias, comunidades y medioambiente. Nos lleva desde las políticas que elevan a aquellos en la cima, a políticas que elevan a aquellos en el fondo, desde la acumulación a la solidaridad, de la propiedad concentrada a la propiedad distribuida, y de los derechos de propiedad a las responsabilidades de la gestión sustentable.


El Cambio Político

El cambio económico crea las condiciones necesarias para un giro desde una democracia del tipo un dólar-un voto, a una democracia del tipo una persona-un voto, desde una ciudadanía pasiva a una activa, desde la competencia por la ventaja individual a la cooperación para la ventaja mutua, desde la justicia retributiva a la justicia restaurativa, y desde el orden social por coerción al orden social por mutua responsabilidad.